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Cristóbal Magallanes, Santo
Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Catatlán, en el territorio de Guadalajara en México, santos Cristóbal Magallanes Jara y Agustin Caloca Cortés, presbíteros y mártires, que durante la persecución mexicana, confiando valerosamente en Cristo Rey, obtuvieron la corona del martirio. († 1927)Fecha de canonización: 21 de mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Breve Biografía

Nació en Totatiche, Jalisco, el 30 de julio de 1869. De muy humilde origen, ingresó en su juventud al seminario conciliar de Guadalajara, donde se acreditó como un excelente candidato al ministerio eclesiástico. Ordenado presbítero el 17 de septiembre de 1899, prestó sus servicios en la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo, en Guadalajara; fue luego ministro y párroco de su pueblo natal, se distinguió por su vida limpia y una intensa labor social. Para atender las vocaciones sacerdotales de esa región, estableció en su parroquia, a partir de 1916, un seminario auxiliar.

El 21 de mayo de 1927, mientras desempeñaba sus labores apostólicas dentro de su circunscripción eclesiástica, un grupo de militares, encabezados por el general de brigada Francisco Goñi, capturó al párroco; ese mismo día el encargado del seminario de Totatiche, presbítero Agustín Caloca, también fue aprehendido. Acusado de sedición, el párroco desmintió los cargos presentando un artículo de su puño y letra, publicado un poco antes, donde exhortaba a sus feligreses a mantener la calma: “La religión ni se propagó ni se ha de conservar pro medio de las armas. Ni Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con este fin. Las armas de la Iglesia son el convencimiento y la persuasión por medio de la palabra”

Dos días después fueron trasladados a Momax, Zacatecas, y la mañana siguiente, sin ningún juicio, fueron fusilados en el patio de la presidencia municipal. Antes de ser ejecutado, el señor cura Magallanes distribuyó sus pertenencias entre los soldados del pelotón, dirigidos por el teniente Enrique Medina. Después ambos sacerdotes se dieron la absolución sacramental. El señor cura pidió permiso para decir lo siguiente: “Soy y muerto inocente, perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos”. Sus restos, exhumados de Colotlán, yacen en la parroquia de Totatiche, Jalisco.

Fueron muchos los fieles que sufrieron el martirio por defender su fe, de entre ellos presentamos ahora un total de veinticinco que fueron proclamados santos de la Iglesia por Juan Pablo II.

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David Galván Bermúdez, Santo
Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Guadalajara, en México, san David Galván Bermúdez, presbítero y mártir, que durante la persecución mexicana obtuvo la corona del martirio defendiendo la santidad del matrimonio, siendo fusilado por un soldado, sin previo juicio (1915).Fecha de canonización: 21 de mayo del 2000 por Su Santidad el Papa Juan Pablo II junto a otros 24 mártires méxicanos

Breve Biografía

Nació en Guadalajara el 29 de enero de 1881; hijo de José Trinidad Galván y Mariana Bermúdez, quien murió cuando su hijo tenía tres años de edad. Su familia era muy pobre, por lo que ayudó a su padre en un modesto taller de zapatería.

En 1895 ingresó al Seminario del Señor San José, mismo que abandonó después de cinco años. Durante el tiempo que estuvo fuera, su estilo de vida descendía más y más, y al darse cuenta de ello, a los 21 años de edad pidió ser readmitido en el Seminario.

El prefecto general Miguel de la Mora lo sometió durante un año a pruebas rigurosas. Poco a poco el cambio fue evidente, ya no era agreste y altanero, por el contrario, edificaba su aprecio y dedicación a la oración mental y su constancia en soportar la adversidad. Las aficiones mundanas que antes le seducían, dejaron de dominarlo.

Finalmente logró su ordenación como presbítero a los 28 años de edad, el 20 de mayo de 1909; poco después se le confirmó como superior del mismo Seminario.

Su gran caridad para con los pobres y los trabajadores le hizo organizar y ayudar al gremio de los zapateros.

Su labor en el Seminario, sin embargo, se vio interrumpida luego de que el Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, disolvió el Seminario a raíz de la detención de 120 clérigos.

Defensor de la santidad del matrimonio, ayudó a una jovencita que era perseguida por el militar Enrique Vera, negándole que contrajera nupcias porque ya estaba casado. Esto acarreó al padre Galván la enemistad del teniente, quien se convirtió en su verdugo.

Cuando el Padre Galván fue nombrado Vicario de Amátitán, fue aprehendido por órdenes del capitán Enrique Vera, antiguo condiscípulo suyo, personaje de escasa moralidad y profundos resentimientos contra el sacerdote por el impedimento de matrimonio. El arresto carecía de sustento, razón por la cual el Padre David recuperó su libertad.

El sábado 30 de enero de 1915, se registraron en la ciudad violentos enfrentamientos entre hueste villistas y carrancistas; los presbíteros David Galván y José María Araiza, se dispusieron a auxiliar a los moribundos y heridos. Cuando cruzaban el jardín botánico, frente al viejo Hospital de San Miguel, fueron interceptados por Enrique Vera, quien ordenó su arresto inmediato.

Los carrancistas del 37 Regimiento ligero de línea pusieron a los sacerdotes a disposición de las autoridades militares; las legislaciones de Vera arrancaron, sin juicio previo, la pena de muerte. No obstante, un oportuno indulto salvó la vida del Padre Araiza; no corrió la misma suerte su compañero, remitido a la calle Coronel Calderón, junto a la banda del Cementerio de Belén.

Frente al pelotón de fusilamiento y sin perder la entereza, la víctima distribuyó los objetos de valor que portaba. No quiso que le vendaran los ojos y frente a los encargados de ejecutarlo, se señalo serenamente el pecho para recibir las balas; sus últimas palabras fueron para sus verdugos: «Les perdono lo que ahora van a hacer conmigo».

En junio de 1922 los restos del Padre David Galván fueron depositados en un templo en construcción, próximo al lugar del martirio, la actual Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en el barrio del Retiro.

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José María Robles Hurtado, Santo
Presbítero y Mártir

Mártir Mexicano, 26 de Junio Sacerdote, Escritor, Fundador y Mártir Mexicano

Breve Biografía

Primeros Años

Nació el 3 de mayo de 1888 en Mascota, Jalisco, población enclavada en un pequeño valle de la Sierra Madre, a 200 kilómetros al oeste de Guadalajara, casi en línea recta hacia Puerto Vallarta, de la que dista 100 Km. Hijo de Antonio Robles y Petronila Hurtado. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento. Recibió la confirmación el 10 de marzo de 1896. Hizo su Primera Comunión el 12 de septiembre de 1896. Inició sus estudios en la escuela oficial y continuó su instrucción primaria en la escuela parroquial. Pero la mayor influencia educativa la recibió en su hogar, sobre todo de su madre, mujer profundamente cristiana.

En el seminario menor

En 1900 ingresó al Seminario de Guadalajara. En 1904 estuvo a punto de dejar el Seminario al sufrir varias enfermedades y pretextando pueriles penalidades; pero sus padres, con amor y energía, le hicieron recapacitar en la sublimidad de su vocación, y al practicar unos ejercicios espirituales se afianzó en su vocación. Uno de los males que lo aquejaban, eran fuertes dolores de cabeza, por vista cansada, que desaparecieron al adaptarle los lentes, que usó por el resto de su vida.

En el seminario mayor

Era inteligente y muy estudioso, por lo que siempre se distinguió con máximas calificaciones. Fue tonsurado en enero de 1905. Siendo estudiante de Teología, en 1908 acompaña a uno de sus profesores, Don Ignacio Plascencia, nombrado Obispo de Tehuantepec, para misionar durante cuatro meses y medio en el estado de Oaxaca. En 1911 recibió el Subdiaconado y el Diaconado; un año más tarde le confiaron los cargos de vice-rector y ecónomo del Seminario.

Sacerdocio

Poco antes de cumplir los 25 años de edad, fue ordenado sacerdote el 22 de marzo de 1913 en el templo de la Soledad de Guadalajara, por el Excmo. Sr. Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez. Sus primeros ministerios estables empezaron en Guadalajara. Fue capellán de las “Siervas de Jesús Sacramentado”, y director del “Instituto del Sagrado Corazón” (primaria y preparatoria) que desapareció con el avance de las fuerzas de Obregón. En Mayo de 1914 fue enviado a su natal Mascota en vacaciones forzadas y adelantadas.

Escritor

No podía regresar a Guadalajara porque había represalias contra el clero, permaneció en Mascota hasta 1916. Allí se dedicó a escribir algunos folletos de inspiración ascética: “Esclavos del Corazón de Jesús en María”, “Tratado sobre la Oración”, “Conozcámosle” y “Anhelos del Corazón Eucarístico de Jesús”.

Otros de sus escritos que se han publicado son: “Vía-crucis Eucarístico”, “Novena en honor de la Bienaventurada (ahora Santa) Margarita María Alacoque», “Las Virtudes”, “Enseñanzas Espirituales” (este último es un compendio de los Consejos, Cartas Colectivas, Escritos Varios y Testamento; todos dirigidos a sus Hijas Religiosas).

El estilo del Padre José María Robles en sus cartas es llano, sencillo y de naturaleza afectuosa. Su poesía es totalmente religiosa: se cuentan 60 composiciones en verso (dramáticas unas, líricas otras) y 56 himnos vertidos al latín.

Fundador

Siendo capellán en Mascota de las religiosas del “Verbo Encarnado”, y durante la celebración de la Misa, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 11 de junio de 1915, tuvo la inspiración de fundar una congregación religiosa cuyo carisma se inspiraba en el pensamiento: “Ya no verdugos, sino víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús”. En 1916 fue destinado como ministro a la Parroquia de Nochistlán, Zacatecas, cuyo párroco era el Sr. Cura Román Adame (ahora Santo Mártir). Allí fue nombrado profesor del Seminario Auxiliar y en su ministerio dio pruebas innumerables de obediencia, piedad, laboriosidad y abnegación. Por unos cuantos días fue trasladado como ministro a Mexticacán, Jalisco, pero regresó nuevamente a Nochistlán.

El 27 de diciembre de 1918 fundó la congregación de “Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús”, después de vencer serios obstáculos y siempre con ejemplar sumisión a las autoridades eclesiásticas. Siete fueron las hermanas fundadoras.

Párroco

En diciembre de 1920 fue nombrado párroco de Tecolotlán, Jalisco. Desde su primer sermón se ganó la confianza y admiración de sus feligreses y con su fervorosa predicación comenzó a encender en el corazón de todos el amor al Sacratísimo Corazón de Jesús. Una de sus primeras preocupaciones fue visitar el hospital y al encontrarlo en ruinas concibió la idea de reedificar la finca.

Formó grupos de fieles para integrarlos a la labor parroquial, sin distinción de clases, sexos o edades. Tuvo especiales atenciones para los obreros, a quienes exhortaba a la fraternidad y a la observancia de una vida netamente cristiana.

Se ganó la simpatía de sus feligreses por brindarles un trato siempre amable, de sincera amistad, de estímulo al cumplimiento de sus deberes.

Se distinguió por la perseverancia y constancia en superar los obstáculos, como el caso de la fundación de su congregación, pero su virtud relevante era el amor al Corazón de Jesús y su deseo vehemente de salvar a los hombres. Celebraba la santa Misa con mucho fervor y trataba de infundir en sus feligreses el amor a la Eucaristía.

Amaba entrañablemente a la Santísima Virgen. Lleno de caridad para con todos se prodigaba en el confesionario y en la atención a los enfermos. Por medio de la prensa propagó la doctrina cristiana y el apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, publicó un periódico que llamó: “Luz del Hogar”.

Persecución Religiosa
Con motivo de la persecución religiosa tuvo que ocultarse desde el 2 de enero de 1927, puesto que el Gobierno Federal le había declarado una persecución más severa desde que colocó una Cruz en “La Loma”, cercana a Tecolotlán, considerando este hecho como un delito.

Desde la casa donde estaba escondido vigilaba y oraba por sus feligreses, a los que nunca quiso abandonar. En ese tiempo se dedicó a escribir las normas que habrían de regir a la comunidad religiosa fundada por él.

El 26 de febrero de 1927, al conocer la orden dada por Gobernación para que fueran aprehendidos los sacerdotes, exclamó lleno de fe: “Estamos en las manos de Dios”. Y poco después, cuando le rogaron que huyera para evitar que lo mataran, contestó sonriendo “¡Ah, si el Corazón Eucarístico me llevara!”.

Martirio
El 25 de junio de 1927 se disponía a celebrar la santa Misa cuando llegaron los soldados y sitiaron la casa de la familia Agraz, luego entraron a catearla por orden expresa del Coronel Calderón, quien había recibido telegráficamente esta orden: “Procédase con todo rigor en contra del cura rebelde”. Los soldados tomaron prisionero al Padre José María Robles y lo condujeron al cuartel de los agraristas donde pasó el resto del día y parte de la noche. Se iniciaron algunas diligencias ante los jefes militares para lograr su libertad pero fueron rechazadas hasta con groserías. En la noche un grupo de jovencitas lograron acercarse a la prisión y recibieron, por conducto de los vigilantes, su breviario en donde venían unos versos en honor del Sagrado Corazón y de la Santísima Virgen. Era una última manifestación de su gran amor al Corazón de Jesús y la aceptación gustosa del martirio:

Quiero amar tu corazón,
Jesús mío, con delirio,
quiero amarte con pasión,
quiero amarte hasta el martirio.

Con el alma te bendigo,
mi sagrado corazón.
Dime: ¿se llega el instante
de feliz y eterna unión?

Tiéndeme, Jesús, los brazos,
pues tu “pequeñito soy”;
de ellos, al seguro amparo,
a donde lo ordenes, voy.

Al amparo de mi Madre
y de su cuenta corriendo
yo, su “pequeño” del alma,
vuelo a sus brazos sonriendo.

A media noche, sujeto con cuerdas, fue sacado de la cárcel y obligado a caminar rumbo a la sierra de Quila. Un soldado al notar que se le dificultaba caminar, le cedió el caballo.

Al llegar a la parte más alta de la sierra, los soldados se detuvieron a los pies de un frondoso roble. El Padre José María comprendió que lo iban a ahorcar, perdonó a sus verdugos, y al acercarse uno de los agraristas, que era su compadre, llamado Enrique Vázquez, le dijo: “Compadre, no te manches”.

Y tomándole la soga de entre las manos se la colocó el mismo. Los soldados consumaron el crimen y lo bajaron poco tiempo después ordenando a unos arrieros que dieran aviso a la gente de la ranchería de Quila que allí estaba un ajusticiado; era la madrugada del 26 de junio de 1927.

Vinieron algunas personas de una carbonera cercana y sepultaron superficialmente el cadáver, sin reconocer que era el del Señor Cura de Tecolotlán. Al día siguiente, 27 de junio, fue exhumado por gente de Quila y llevado a la población donde lo velaron y le dieron sepultura.

Sus reliquias

El 26 de Junio de 1932, fueron trasladados sus restos de Quila al templo Expiatorio de Guadalajara, con autorización del Sr. Obispo D. José Garibi Rivera. Sus reliquias reposan bajo el altar de la Capilla en la Casa General de sus hijas religiosas, las “Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado”, nuevo nombre de la congregación fundada por el Padre José María Robles.

Ubicada en la calle Churubusco 366, Sector Libertad, de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Ahí mismo se puede visitar un Museo dedicado en su honor, donde se explica de manera detallada su vida y su obra; también se pueden observar algunos de sus escritos originales, admirar muchas fotografías de él, de su familia, de los lugares donde vivió y algunas de sus pertenencias: ropa, muebles y diversos objetos dedicados al culto sagrado que él usó durante su vida.

Camino a los altares

Son muchos los que ofrendaron sus vidas en un período que abarca veintidós años, prácticamente de 1915 a 1937, proclamando siempre con fuerte voz y corazón ferviente el grito: “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”.

El proceso de Canonización se inició desde el 27 de junio de 1933. Analizadas las circunstancias particulares de estos testigos de Cristo, quedaron 25 seleccionados que merecieron recibir el título oficial de Mártires, el 4 de febrero de 1992, fecha en la que se aprobó por unanimidad el título por la Congregación de Cardenales de la Iglesia Católica de Roma. Tres de ellos son seglares o laicos y veintidós son sacerdotes, en una lista que encabeza el Padre Cristóbal Magallanes, la mayoría nacidos en el Estado de Jalisco.

“Con firmes y razonados argumentos se comprobó hasta la evidencia, que estos veinticinco mexicanos, cristianos, bautizados en la fe católica, tuvieron muerte física violenta que, por los golpes, heridas y tormentos, que por odio a la fe cristiana les propinaron los perseguidores, y los mártires pacientemente, con conocimiento y libre voluntad, soportaron por amor a Cristo, porque la gracia de Dios los sostuvo para que con heroica fortaleza dieran testimonio con su sangre de la verdad del Evangelio y fueran así modelos de cristianos y sacerdotes fieles para el mundo de hoy”. (Ramiro Valdés Sánchez, Pbro.)

Beatificación

El Siervo de Dios José María Robles Hurtado fue beatificado por S.S. Juan Pablo II en la fiesta de Cristo Rey, el 22 de noviembre de 1992, durante el año del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, en una ceremonia celebrada en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, junto con sus 24 compañeros Mártires.

El milagro

En vista de su canonización la Postulación de la Causa presentó al juicio de la Congregación de las Causas de los Santos una curación tomada como maravillosa, atribuida a la intercesión de estos Beatos.

El caso pertenece a la señorita María del Carmen Pulido Cortés, que prestaba sus servicios de Química Farmacobióloga en un Hospital de Guadalajara, y comenzó a sufrir dolores en los pechos, en los cuales se podían apreciar al tacto dos nódulos.

El 17 de octubre del año 1991 se le hizo una mamografía y una ecografía y se encontraron quistes mamarios bilaterales y en vista de que dos de ellos habían crecido de una manera notable, el día 5 de noviembre siguiente se le operó para extirpar los nódulos de los pechos. De la inspección histológica resultó que se trataba de una grave “mastopatía fibrocística bilateral con prevalecencia de esclerosis y adenosis”.

Como la enferma era todavía joven de treinta años, los médicos afirmaron que la enfermedad duraría hasta la menopausia. Porque, aunque recibiera curaciones la enferma sufría frecuentes dolores de cabeza, vómitos, repugnancia a los alimentos y sus condiciones generales empeoraban cada vez más al grado de que se vio obligada a abandonar su trabajo y guardar cama, al mismo tiempo que caía en un estado depresivo, sin encontrar mejoría en las terapias.

Una segunda ecografía realizada el 7 de enero de 1993, reveló la presencia de cincuenta quistes pequeños de diversos tamaños distribuidos en los pechos.

Desde el inicio de su enfermedad María del Carmen había implorado su salud a Dios, por intercesión de los Siervos de Dios Cristóbal Magallanes y 24 compañeros, y con la esperanza de obtenerla, fue a Roma y asistió a la Beatificación de los Siervos de Dios, pero no logró lo que deseaba.

Vuelta al hogar siguió invocándolos, mientras que sus condiciones de salud empeoraban. El 30 de enero de 1993 le llevaron las reliquias de los Beatos y después de ponerlas con devoción sobre los pechos, después de unos dos o tres minutos, se levantó de la cama perfectamente sana.

Canonización

El 10 de marzo del Año Santo 2000, Jubileo de la Encarnación de Jesucristo, el Papa Juan Pablo II autorizó el decreto de la Canonización de los Veinticinco Mártires Mexicanos.

El Beato José María Robles Hurtado fue canonizado el quinto domingo de Pascua, día 21 de mayo del Año Jubilar 2000, fecha dedicada exclusivamente a México, por S. S. Juan Pablo II, en ceremonia celebrada en la Plaza de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, ante la presencia de más de 40 mil mexicanos, entre los que se encontraba un grupo de 150 de sus Hijas Religiosas, y algunos familiares.

En dicha ceremonia también fueron canonizados sus 24 compañeros Beatos Mártires, encabezados por el Beato Cristóbal Magallanes; el Beato mexicano José María de Yermo y Parres, presbítero y fundador de la congregación de religiosas “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres”; la Beata mexicana María de Jesús Sacramentado (María Natividad) Venegas de la Torre, religiosa fundadora de la congregación “Hijas del Sagrado Corazón de Jesús”.

Su obra
Causa admiración el que a los 29 años tenga el Padre José María Robles tal sensatez espiritual para dar el enfoque fundamental de su obra: el Instituto Religioso. Indica en pocas palabras el fin principal de la Congregación:

“Amar, reparar y servir habitualmente al Corazón de Jesús en la Eucaristía. Aceptar gustosamente todos los sacrificios, aún el de la propia vida, por extender el reinado de amor del Corazón de Jesús y por la salvación de las almas. Trabajar únicamente por el Corazón de Jesús, en todas aquellas obras en que esté de por medio su gloria y la caridad para nuestros hermanos, por ejemplo: escuelas, catequesis, hospitales, asistencia de enfermos, asilos, etc.”.

Sus ansias por la realización de su proyecto, se deducen por sus escritos:

“Considero no tener mayor felicidad que la de entregar muchas almas al Corazón divino. Nuestra fundación es mi idea capital, la dulce esperanza que alienta mi pecho, y el fin de mi vida sacerdotal.”

Después de su martirio las noticias desalentadoras pululaban por doquier: “La Obra del Padre Robles, muere…”. Dispersas las Religiosas, obedeciendo prudentísima orden de recogerse con sus familias, esperaban y oraban…

Su Obra la confió a Dios y a la Santísima Virgen: no morirá, imposible perecer…

“No os engaño, siento íntimamente que vuestra Congregación es Obra del Corazón Eucarístico de Jesús, y que subsistirá si respondéis a las divinas exigencias, y dará copiosos y perennes frutos”.

La formal aprobación diocesana de la fundación fue dada el 11 de julio de 1933, por el Arzobispo Orozco y Jiménez, autorizado a su vez por la Sagrada Congregación de Religiosos de Roma, seis años después del martirio de San JOSE MARIA.

El 26 de enero de 1963, después de 45 años de estar solicitándola con perseverancia, el Papa Juan XXIII dio la aprobación definitiva de la Congregación.

La Congregación creció rápidamente. Las bases de su expansión han sido, de una parte el que ofrece un camino a la santidad personal y, de la otra, el que para lograr dicha santidad se apoya en un apostolado muy humano. Enfermos, huérfanos, ancianos, pobres, ignorantes, así como niños y jóvenes deseosos de aprender, encuentran en las “Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado” un apoyo sólido y cariñoso, ya sea para aliviar su dolor o en sus deseos de crecer en sabiduría y santidad.

Cabe destacar que la semilla del Apostolado sembrada por San José María también ha dado frutos en África. A la fecha se cuenta con un grupo de 6 Hermanas Profesas y 12 Novicias de Angola, África. Así mismo en Perú, donde hay 3 religiosas de nacionalidad peruana.

Un deseo hecho realidad.

Uno de los grandes deseos de San José María era el de fundar, junto con la Congregación de Hermanas, una Congregación de Hermanos Sacerdotes. El padre Félix Rougier le recomendó dedicar todos sus esfuerzos a la fundación de una sola rama pues eran tiempos difíciles.

A través de la Congregación Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado y después de su fructífera labor en las misiones en África, fue aprobada por el Sr. Obispo Eugenio dal Corso, de Saurimo, Angola, la rama masculina en la Congregación, estando actualmente algunos aspirantes en preparación en el Seminario de Saurimo.

Existe también un grupo de Misioneros Laicos del Corazón Eucarístico de Jesús, proyecto iniciado por la Madre Clara Genoveva HCJS, que se dedican a apoyar a las religiosas en los lugares donde existen misiones; por ejemplo en la región de las Huastecas: Huejutla, Hgo. y Tamazunchale, S. L. P.

Oración

El Mártir Mexicano, San José María Robles Hurtado, nos ha legado el máximo testimonio de fe y de amor cristiano, nos dio prueba de su gran amor al Corazón Eucarístico de Jesús y a la Santísima Virgen, es heroico modelo de Vida Cristiana y nuestro poderoso intercesor ante Dios. Por todo ello le rezamos a Dios así:

Señor Dios nuestro, que concediste
al Santo José María Robles Hurtado:
amar y hacer amar al Corazón de
Jesús en la Eucaristía, practicar y
promover el verdadero amor a la
Santísima Virgen, entregarse con
generosidad al servicio del prójimo
vivir con plenitud su sacerdocio y
ser un fiel testigo de Cristo, hasta
el martirio.

Ayúdanos a vivir, a ejemplo suyo, en
constante actitud de servicio y
solidaridad con los más necesitados.

(Petición)

San José María Robles,
apóstol incansable del Corazón
Eucarístico de Jesús… Ruega por
nosotros.

Ex - San Tranquilino Ubiarco

Tranquilino Ubiarco Robles, Santo
Presbítero y Mártir

Breve Biografía

Nació en Zapotlán el Grande, Jal. (Hoy Ciudad Guzmán) el 8 de julio de 1899. Hijo de J. Inés Ubiarco y María Eustolia Robles.Su padre desaparece por completo, pero es reconocido como tal en el acta de bautismo. Algunas opiniones indican que murió pronto, dejando a los hijos pequeños en orfandad. Recibió el bautismo en la parroquia de Ciudad Guzmán el 3 de diciembre del mismo año, y la confirmación en junio de 1903. Su niñez estuvo llena de privaciones y trabajos.

La madre, sola, con cuatro hijos pequeños, tuvo que trabajar en el pequeño comercio para el sostenimiento de la familia. Las dos hermanas mayores y Tranquilino tuvieron que ayudarle,

aunque eran de poca edad. Inició la instrucción primaria en el Asilo del Salvador, atendido por unas religiosas. De ahí pasó a la escuela oficial, donde cursó el tercer año de primaria.

Formó parte de un círculo de estudios vocacional y, aunque no había concluido la instrucción primaria, solicitó ser admitido en el Seminario Auxiliar de Ciudad Guzmán. El rector de este plantel, Pbro. Genovevo Sahagún, lo aceptó. Se matriculó el 8 de noviembre de 1909. En ese tiempo de Seminario fue “atento y respetuoso con sus superiores, conquistándose así su estimación. Se distinguió por su buen talento y grande piedad. Fue muy querido por sus condiscípulos, por su carácter bondadoso; jamás se le vio iracundo, y siempre alegre”.

Durante la revolución carrancista el Seminario Auxiliar de Ciudad Guzmán fue clausurado, e incautado su edificio. El seminarista Tranquilino tuvo que integrarse a su familia, pero no abandonó los estudios. Seguía recibiendo clases en la casa del Pbro. D. Antonio Ochoa Mendoza. Durante este tiempo, y no obstante las condiciones difíciles que por la revolución se vivían, se dedicó, con entusiasmo y brío, a tareas pastorales.

Fundó, con gran fruto, un círculo de obreros a los que impartía formación cristiana y se empeñó en promover la prensa católica. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios de manera particular y llevaba a cabo tareas pastorales con gran celo, colaboraba con su familia en el pequeño comercio que su madre desarrollaba. Fueron días difíciles, con grande actividad, llevados con alegría.

En 1920 el Sr. Cura de Ciudad Guzmán, Don Silviano Carrillo, fue preconizado Obispo de Sinaloa, invitó al joven Tranquilino a que lo acompañara a su diócesis y continuara allá sus estudios, y dejando Ciudad Guzmán y su familia, se fue a Culiacán.

Su estancia ahí duró poco, su protector, murió 6 meses después de haber llegado a su diócesis. El joven Tranquilino Ubiarco se regresó a su pueblo natal, se dedicó a colaborar en el trabajo con su familia. En estas condiciones lo encontró el Arzobispo de Guadalajara y lo invitó a continuar sus estudios en el Seminario Diocesano. Sus compañeros de entonces lo recuerdan como “muy disciplinado y obediente, y por eso muy querido y apreciado por sus superiores… Con sus compañeros era jovial y alegre y sabía captarse la simpatía de todos… Cumpliendo al pie de la letra el reglamento… Era muy piadoso. Sacaba buenas calificaciones. Tenía buena capacidad intelectual”.

El 5 de agosto de 1923, en la Catedral de Guadalajara, recibió la ordenación sacerdotal El 15 del mismo mes, en Ciudad Guzmán, su tierra natal, con gran regocijo de toda la comunidad, principalmente de los obreros, que bien lo conocían, cantó su primera Misa.

En el mes de septiembre siguiente, el Excmo. Sr. Arzobispo lo nombró vicario cooperador de Moyahua, Zac, a donde se trasladó luego. Inició ahí, con gran brío juvenil, su ministerio sacerdotal. Llevó a cabo una intensa labor social: promovió, con gran fruto, un círculo de obreros; fundó una escuela dominical para señoritas; una caja de ahorros para señoras, y trabajó infatigablemente para realizar una semana de estudios sociales en mayo de 1925.

Se dedicó con ardiente fervor a la formación cristiana de los niños. El catecismo fue una de sus tareas principales. Los pequeños respondieron y acudía “una inmensa muchedumbre de niños”. Fundó la misa dominical para ellos.

Después fue trasladado a la parroquia de Juchipila, donde estuvo menos de un año. En este lugar, no obstante que se desataba ya la persecución religiosa, trabajó sin descanso por organizar la catequesis de niños en los diversos barrios y ranchos de la parroquia.

La atención religiosa de los niños era su actividad predilecta, a la que consagraba generosamente su tiempo e ingenio.

Posteriormente fue nombrado vicario cooperador de la parroquia de Lagos de Moreno, Jal. Ahí ejerció su ministerio con la misma entrega fervorosa e igual ímpetu en la acción social: Fundó un círculo de estudio para señoritas y editaba un periódico, llamado “Orión”, para hacer llegar la doctrina cristiana a los fieles. Eran los días difíciles ya de la persecución religiosa; con todo, era incansable en su ministerio sacerdotal, que ejercía con gran dificultad. Celebraba la Santa Misa en las casas particulares y en los ranchos, y confesaba hasta altas horas de la noche.

Cuando estaba entregado al apostolado en la parroquia de Lagos de Moreno y arreciaba la persecución religiosa, fue nombrado vicario ecónomo de la parroquia de Tepatitlán, Jal. El párroco de ahí se había ocultado fuera de la población y el Padre Tranquilino iba a sustituirlo.

Llegaba ahí en los días más difíciles y sin recibir orientación alguna. No se arredró. Con gran valentía, rodeado de peligros, ejerció el ministerio durante quince meses.

En diversas casas particulares de la población celebraba la Santa Misa y administraba los Sacramentos, arrostrando todos los peligros y dificultades, nunca incitó al levantamiento armado. A causa de la concentración, decretada por el Gobierno, en la que ordenaba que todos los pobladores de rancherías y caseríos se agruparan en los pueblos grandes o ciudades, o de lo contrario ponían en riesgo la vida y libertad, llegó mucha gente a Tepatitlán. Esos pobres campesinos llegaron sin nada, sufrían gran escasez y necesidades. El Padre Ubiarco, para auxilio de esas pobres gentes, estableció un comedor público, donde se proveía de alimentos, en ocasiones, hasta a cien personas.

El Padre Tranquilino abrigó el deseo claro, profundo en su corazón, de que el Señor le concediera el martirio. El 9 de marzo de 1928, seis meses antes de ser sacrificado, dio un retiro espiritual a un grupo de niñas, en una casa a espaldas del Santuario de Guadalupe, en Tepatitlán. Lo inició a las 9 de la mañana. Expuso el Santísimo Sacramento y, antes de empezar la plática del retiro, dijo a las presentes: “Niñas, quiero que en este retiro, la primera gracia que le pidan a Nuestro Señor, que está aquí expuesto, sea que no pase esta persecución sin que yo dé mi vida por Jesucristo”.

En varias ocasiones manifestó el mismo deseo. Dos días antes de su muerte, estuvo de visita en el Hospital de la Santísima Trinidad, en Guadalajara; presentía su muerte y deseaba sufrirla por Cristo.

Después de llegar al hospital subió al oratorio que tenían oculto las religiosas. Celebraba en esos momentos la Santa Misa el Sr. Pbro. D. J. Pilar Flores. Esperó que la terminara y luego pidió al Padre Flores que lo oyera en confesión. Luego refirió a las religiosas cómo un niño de doce años había sido martirizado por los soldados, por confesar a Cristo, y añadió: “Qué vergüenza que hasta los niños están prontos a sacrificar su vida por Dios, y uno lejos del deber. Ya me voy a mi parroquia, a ver qué puedo hacer, y si me toca morir por Dios, bendito sea”. Y se volvió a Tepatitlán.

Ya en la población, había determinado el Padre Ubiarco celebrar la Santa Misa muy temprano, el día 5 de octubre, en casa de la Sra. María de Jesús Estrada, para asistir al matrimonio de su hermano Germán, que desde hacía tiempo deseaba contraer matrimonio. El Padre Tranquilino dormiría en esa casa, para temprano asistir a la ceremonia. Se trasladó a la casa como a las nueve de la noche, “no sin antes mandar una persona que inspeccionara el terreno, para ver si había peligro, el que aparentemente no se notó pues en el trayecto del camino a nadie encontró.

Había pasado apenas como una hora de su llegada, cuando entraron en la casa varios soldados guiados por Arturo Peña y Aurelio Graciano. Lo aprehendieron y se lo llevaron a la Presidencia Municipal. Ahí lo pusieron en una pieza, solo. Al poco rato llegó el jefe de la tropa.

Con insultos y atropellos sacó al sacerdote del lugar donde lo habían puesto y lo llevó donde estaban los otros presos. El Padre Tranquilino estaba con gran serenidad. Se unió a los otros presos y los invitó a rezar el rosario, lo que aceptaron. Luego los exhortó a que se acercaran a la confesión y algunos lo hicieron, ahí mismo, con él.

El Coronel ordenó al Padre salir y, con otros varios soldados que lo custodiaban, se dirigieron hacia la calzada de entrada a la población, rodeada de árboles grandes.

Antes de llegar a la calzada el Padre preguntó a los soldados quién era el comisionado para darle muerte. Como todos guardaron silencio, les dijo: “Todo está dispuesto por Dios y el que es mandado, no es culpable”. Uno de los soldados dijo, entonces, que él era, pero que no lo haría.

Preguntó luego el prisionero con qué arma le darían muerte, y le enseñaron una soga. El con admirable tranquilidad la bendijo. Lo ahorcaron en la rama de un eucalipto de la calzada. Fue el árbol que cuenta con el número 19 viniendo del centro de la población, por el lado derecho. Era cerca de la media noche. Trozaron la soga con que lo habían ahorcado, y varias horas quedó tendido al pie del árbol. Y junto a él, su hermana Timotea lloraba desconsolada.

Amaneciendo, se esparció la noticia por el poblado, que consternó a todos sus habitantes. Llegaron personas a contemplar llenas de espanto, el espectáculo. El soldado encargado de ejecutar al sacerdote, como había dicho, se negó a cumplir la orden y fue pasado por las armas ese mismo día, 5 de octubre.

Ya amanecido llegaron unos soldados y lo cargaron. Varias mujeres ayudaron, se encaminaron al cementerio pero la Srita. Elodia Navarro obtuvo autorización para llevarlo a una casa y velarlo unas horas. La casa fue insuficiente para dar cabida al tumulto que concurrió. Previendo fueran a suceder mayores desgracias, se sacó el cadáver antes de la hora prevista y se llevó al cementerio. Se le dio sepultura en un sepulcro propiedad de la Sra. Julia González.

Ahí estuvieron los restos del Siervo de Dios hasta que, algunos años después, se trasladaron al oratorio del Hospital del Sagrado Corazón de Tepatitlán. El 5 de octubre de 1978, en medio de grandes solemnidades fueron trasladados sus restos al templo parroquial.

Ex - San Atilano Cruz Alvarado

Atilano Cruz Alvarado, Santo
Presbítero y Mártir

Breve Biografía

Nació en Teocaltiche el 5 de octubre de 1901. Atilano tenía ascendencia indígena pero de costumbres católicas. De pequeño cuidaba el ganado hasta que sus padres lo llevaron a Teocaltiche para que aprendiera a leer y escribir. En 1918 ingresó al seminario auxiliar de la misma población y dos años más tarde fue trasladado al de Guadalajara.

Fue ordenado sacerdote el 24 de julio de 1927 y destinado a Cuquío donde lo enviaron al rancho «Las Cruces». Al día siguiente, de madrugada, se presentó un pelotón de soldados, golpearon la puerta de su habitación, y les atendió el P. Justino Orona, quien fue acribillado al momento junto con su hermano. El P. Atilano se arrodilló a los pies de la cama mientras dispararon sobre él.

Su cuerpo agonizante fue tirado al patio junto al del p. Orona; los llevaron a Cuquío y los arrojaron en la plaza principal. Ese mismo día los feligreses los enterraron en el panteón de Cuquío. Hoy sus restos se veneran en el templo parroquial.

Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y fue beatificado el 21 de mayo del 2000.

Ex - San Justino Orona Madrigal

Justino Orona Madrigal, Santo
Presbítero y Mártir

Breve Biografía

Se mantuvo firme en su decisión, sus padres trataban de disuadirlo, ya que por la pobreza en que se encontraban necesitaban que inmediatamente Justino empezara a trabajar. El joven insistió aduciendo como única razón: “Quiero ser sacerdote”.

Este joven de profundas convicciones, nació el 14 de abril de 1877 en Atoyac, Jal. Hijo de José María Orona y de María Inés Madrigal, familia cristiana que vivía en extrema pobreza. Hizo sus primeros estudios en la escuela parroquial de Zapotlán el Grande. Manifestó su deseo de ingresar al Seminario y su vocación fue probada por la oposición de su familia.

A pesar de las contradicciones y problemas económicos, el joven Justino ingresó al Seminario de Guadalajara en octubre de 1894. Fue un buen estudiante, estimado por compañeros y superiores. Impresionaba por sus modales correctos y su conducta siempre digna. Sufrió muchas carencias, por la pobreza de su familia. Carecía de libros de texto y muchas asignaturas las siguió, escuchando a sus compañeros de clase. Perteneció al coro y era notable la devoción y piedad que se reflejaba cuando cantaba las alabanzas a Dios. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de agosto de 1904 por el Excmo. Sr. José de Jesús Ortiz, Arzobispo de Guadalajara.

Desarrolló su ministerio sacerdotal en la parroquia de Lagos de Moreno, Jal., los años 1904-1906. En San Pedro Analco, Jal., de 1906 a 1908. Se desempeñó como oficial segundo de la Curia Arzobispal de Guadalajara y capellán del templo de Santa María de Gracia. Después lo nombraron Párroco de Poncitlán, Jal., de Encarnación, Jal., y, finalmente de Cuquío desde 1916 hasta su martirio. Al darle este nombramiento, su Prelado le encargó muy especialmente el Seminario Auxiliar establecido en esa población a raíz de la persecución religiosa de 1914.

Se mantuvo firme en la virtud de la esperanza, ya que en el ejercicio de su ministerio le tocaron algunos lugares y situaciones muy difíciles, en los que, humanamente hablando, se hubiera desalentado; sin embargo con verdadero ahínco y abnegación trató de ganar almas para Cristo y sólo pensando en el cielo. Fue un sacerdote ejemplar y edificante. Su entrega sin medida a su misión sacerdotal y el holocausto final de su vida a Cristo Rey, son el mayor testimonio de su amor a Dios.

Siempre amable y bueno con todos sus feligreses. Ejerció su ministerio en un medio difícil por la indiferencia religiosa del lugar, ya que existían grupos anticlericales que demostraban odio al sacerdocio y murmuraban contra él. Esto, en vez de desanimarlo, aumentó su generosidad y con gran amor y diligencia trató de infundirles la fe por medio de sus predicaciones, de la constante administración de los sacramentos, especialmente tratando de acercar a los varones al de la reconciliación.

Su celo apostólico brilló con los niños, esforzándose por darles instrucción religiosa y ayudando a elevar el nivel educativo de las escuelas cristianas, como el mejor medio de regenerar los pueblos y hacer frente a la imposición de la enseñanza laica, que los enemigos de la Iglesia tenían como baluarte de descristianización.

En Cuquío ayudó con caridad y fervor, a las aspirantes a la vida religiosa a fundar una nueva congregación que llevaría el nombre de “Clarisas del Sagrado Corazón”. El 12 de agosto de 1919 obtuvo el permiso de dar el hábito a seis de las primeras religiosas, y cinco años más tarde recibió, en representación del Excmo. Sr. D. Francisco Orozco y Jiménez, la primera profesión temporal de ellas. En esta ocasión exclamó entre lágrimas de alegría: “Ahora, Señor, recoge a tu siervo, porque mis ojos han visto lo que tanto he deseado”. Tendría en esas religiosas una ayuda para la atención de niñas huérfanas y pobres. Para beneficio de esa comunidad terminó la adaptación de la casa religiosa.

Prodigaba preferentemente su ministerio a los enfermos. Aún en horas avanzadas de la noche, se prestaba a ir a las confesiones a los ranchos. Amó entrañablemente a sus feligreses, y precisamente al arreciar la persecución, uno de sus compañeros sacerdotes, el P. Antonio Guzmán, le instaba a huir de su Parroquia, porque era seguro que si lo tomaban preso lo matarían, pero él contestó: “Yo entre los míos, vivo o muerto”.

Entre sus virtudes se destacó la obediencia, ya desde el seminario y más en su ministerio sacerdotal, particularmente al permanecer en el destino que su Obispo le había designado, y eso que en la región, el peligro era tan grave que al fin le significó la muerte. En toda su labor pastoral obró con transparencia y sumisión a sus superiores, informando cuidadosamente de su actuación y del ambiente en que trabajaba.

Toda su vida espiritual la había construido sobre la humildad. Cuando llegó como párroco a Cuquío fue recibido con cierto desprecio por los fieles, quienes así creían demostrar la estima al párroco saliente. El Sr. Cura Orona, con gran humildad y serenidad, subió al pulpito y dijo: “Yo no podré llenar el vacío de los corazones”, y continuó expresando que se sentía incapaz de llenar el hueco que dejaba su buen antecesor.

Su actividad y vida de sacerdote fueron continuos actos de fortaleza, pero fue verdaderamente heroica en su último destino. Conocedor de las leyes persecutorias y de las orientaciones de su Obispo, se alejó prudentemente de la cabecera parroquial y ejerció su ministerio en ranchos y campos, entre mil penalidades; frecuentemente con el enemigo a escasos metros persiguiéndolo sin piedad; pero como buen pastor, no abandonó su rebaño.

En 1926 el Gobierno mexicano mantenía un cruel estado de persecución contra la Iglesia y todo lo relacionado con la religión católica. Dice un testigo: “Recuerdo que el Presidente Municipal, nos aprehendió por el hecho de mandar nuestros hijos a la escuela católica”.

En 1928 se encontraba en Cuquío, al mando de tropas gubernamentales, el Teniente Coronel Heredia y entre sus oficiales un capitán de apellido Vega, de filiación absolutamente anticlerical, a juzgar por las expresiones sarcásticas y blasfemas que dirigió al cadáver del P. Orona.

El jueves 8 de junio de 1928 llegó el Sr. Cura para celebrar Misa, a la casa de Don Ponciano Jiménez, en el rancho “Las Cruces”, centro frecuente de su ministerio; venía de la Barranca de San Antonio y lo acompañaba Toribio Ayala, un abnegado cristiano que por el delito de ayudar y proteger al párroco fue colgado, camino a Cuquío, una o dos horas después de la muerte del Sr. Cura. Había venido también José María Orona, hermano del Sr. Cura. El 29 por la tarde llegó el P. Atilano Cruz y estuvo platicando con su Párroco sobre asuntos de su labor pastoral. Cenaron juntos y rezaron el rosario, devoción muy querida de ellos.

El sábado 30 de junio, un vecino delató ante las autoridades el lugar de la estancia de los sacerdotes. Ese sábado, a media noche, salieron el capitán al frente de un pelotón de soldados, y el presidente municipal, rumbo a “Las Cruces”, llenos de odio y desprecio al catolicismo y dispuestos a matar sacerdotes.

Cerca de las dos de la mañana del 1º de julio de 1928 llegaron los verdugos a la casa de Ponciano Jiménez, donde se ocultaban ambos clérigos. El Sr. Cura Orona había estado conversando hasta altas horas de la noche, con sus fieles acompañantes, sobre la situación persecutoria; como siempre lo hacía, rezó el rosario y se acostó a dormir en la misma habitación que su hermano José María y que el Padre Atilano.

Llegaron los soldados golpeando con rudeza todas las puertas de la casa. Se despertaron los moradores y al mismo tiempo abrieron las puertas, la dueña de la casa, Doña Serapia, y el Sr.

Cura, quien al abrir y reconocer a los soldados, exclamó con voz enérgica y serena: ¡Viva Cristo Rey! En respuesta a la proclama de su fe, el Sr. Cura recibió varios balazos que le dispararon.

El Sr. Cura Orona cayó muerto en el umbral de la puerta. Luego se precipitaron los verdugos dentro de la habitación y dispararon sobre el P. Atilano Cruz y Don José María Orona. Consumada su hazaña, los verdugos sacaron los cadáveres al patio; se burlaron del cadáver del párroco; brutalmente le dieron puntapiés, mientras en medio de una terrible confusión, amenazaban a las familias, reunidas por los mismos soldados, y saqueaban completamente la casa. Hombres, mujeres y niños lloraban desconsolados al ver a los sacerdotes sacrificados. Los verdugos obligaron a algunos vecinos a prestarles tres burros, y en ellos amarraron, atravesados, los cadáveres.

El asno sobre el que pusieron el cadáver del Sr. Cura era bajo de tamaño y esto hizo que las manos y los pies fueran arrastrando. Aquellas manos consagradas que sólo se ocuparon de bendecir llegaron destrozadas y deshechas a Cuquío, y por el camino quedó la nueva bendición de su sangre sacerdotal.

Al entrar a la población, del grupo de soldados salió un grito sacrílego: “Traigan las tortillas, aquí va la carne de cerdo”. Los habitantes de Cuquío lloraban aterrados viendo la escena. Contemplaban dolientes, desconcertados e impotentes el cadáver de su bien amado Sr. Cura.

Luego que los soldados arrojaron los cuerpos de los tres sacrificados en la plaza principal, sobre una pequeña barda que la rodeaba, los fieles recobraron su valentía y se acercaron a sus sacerdotes y empezaron a cortar trozos de ropa ensangrentada y cabello para conservarlos como reliquia.

El cadáver del párroco y los de sus compañeros de holocausto, estuvieron cuatro o cinco horas en la plaza; la gente los rodeó y empezaron a rezar el rosario. Unos feligreses amigos del Sr. Cura se encargaron de vestirlo y proporcionarle ataúd y, contra la prohibición, y a pesar de las amenazas del Presidente Municipal, iniciaron el sepelio en medio de oraciones y vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe.

El Sr. Cura Orona fue sepultado en el camposanto de Cuquío; después muchos de sus feligreses que cumplieron con el deber de caridad y gratitud al darle sepultura, fueron encarcelados.

Sus restos mortales descansan en el templo parroquial de San Felipe, en Cuquío. Allí sigue el párroco recibiendo el cariño y veneración de los fieles. Fielmente cumplió su misión sacerdotal, lleno de amor a Dios, a la Santísima Virgen y a sus hermanos.

Ex - San Agustín Caloca

Agustín Caloca Cortés, Santo
Presbítero y Mártir

Breve Biografía

Nació en Totatiche, Jalisco, el 30 de julio de 1869. De muy humilde origen, ingresó en su juventud al seminario conciliar de Guadalajara, donde se acreditó como un excelente candidato al ministerio eclesiástico. Ordenado presbítero el 17 de septiembre de 1899, prestó sus servicios en la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo, en Guadalajara; fue luego ministro y párroco de su pueblo natal, se distinguió por su vida limpia y una intensa labor social. Para atender las vocaciones sacerdotales de esa región, estableció en su parroquia, a partir de 1916, un seminario auxiliar.

El 21 de mayo de 1927, mientras desempeñaba sus labores apostólicas dentro de su circunscripción eclesiástica, un grupo de militares, encabezados por el general de brigada Francisco Goñi, capturó al párroco; ese mismo día el encargado del seminario de Totatiche, presbítero Agustín Caloca, también fue aprehendido. Acusado de sedición, el párroco desmintió los cargos presentando un artículo de su puño y letra, publicado un poco antes, donde exhortaba a sus feligreses a mantener la calma: “La religión ni se propagó ni se ha de conservar pro medio de las armas. Ni Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con este fin. Las armas de la Iglesia son el convencimiento y la persuasión por medio de la palabra”

Dos días después fueron trasladados a Momax, Zacatecas, y la mañana siguiente, sin ningún juicio, fueron fusilados en el patio de la presidencia municipal. Antes de ser ejecutado, el señor cura Magallanes distribuyó sus pertenencias entre los soldados del pelotón, dirigidos por el teniente Enrique Medina. Después ambos sacerdotes se dieron la absolución sacramental. El señor cura pidió permiso para decir lo siguiente: “Soy y muerto inocente, perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos”. Sus restos, exhumados de Colotlán, yacen en la parroquia de Totatiche, Jalisco.

Fueron muchos los fieles que sufrieron el martirio por defender su fe, de entre ellos presentamos ahora un total de veinticinco que fueron proclamados santos de la Iglesia por Juan Pablo II.

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